viernes, 29 de junio de 2012

Imagine.

La oscuridad y la lluvia son los condimentos perfectos para la imaginación.
Y la imaginación es la que nos sirve de transporte. Porque bien podríamos tú y yo ser pasajeros incógnitos de un tranvía, lo mismo que dos aventureros en una balsa por el Amazonas. Podríamos ser alquimistas en un sótano acondicionado de laboratorio, escalar el Everest, podemos ser Bonnie y Clyde para escapar en auto después de nuestros crímenes. Recorrer los 51 estados de Estados Unidos. Claro, después de los 32 de México y todas las islas del Caribe.
Si tú y la lluvia quieren podemos ir hasta Rusia para quejarnos del clima y beber vodka como dos novatos. Podemos ir a Fiji porque nadie ha ido y ni siquiera sé ubicarlo en el mapa, o podemos ir a París a decir “OH là là“ y ser el cliché en vivo y en directo.
Incluso podemos ir más lejos. Si un buen día se nos antoja tomamos la máquina del tiempo sin pedir permiso. Vamos escapando de la policía entre los jardines de Versalles en tiempos de Antonieta, montemos en un dinosaurio para llegar a tiempo a la inauguración de la primera agencia de tele-transportación láser y de paso le pedimos su autógrafo a Jack el Destripador.  También si quieres podemos ir a las estrellas, o jugar con el polvo de asteroides.

Mi vida, tú y yo con este clima podemos ser un par de dragones en la lucha por la supervivencia. O vivir en madrigueras con nuestros hermanos los topos. Podemos incluso ser gatos Jazz y seguir cantando hasta el amanecer, o hasta que uno de aquellos dos perros grite por fin “¡Zafarrancho!“

O quizás, cuando acabe de llover, tú y yo podremos sólo ser tú y yo. Y saber que en tu próxima sonrisa nos depare aún todo aquello que no hemos podido imaginar.