jueves, 4 de noviembre de 2010

En resumen de predicciones fallidas

Y resulta que sí viniste.
Me equivoqué, al final de todo. Me equivoqué en pronosticar tu desaparición total, o quizás sólo llegaste porque dije que no lo harías.
Sin embargo, tu llegada fue una ráfaga de brisa onírica, frío esquizofrénico, estremecimiento imaginario. En cuanto de vi, mi cuerpo reaccionó incluso más rápido que mi mente, emitiendo latidos al doble de frecuencia y mandando alertas a cada poro de mi ser.
Esperé paciente, para luego ir a tu encuentro. Todo casual, como no planeado, como si fuera tan natural como el tener un alfiler encajado en la mano. Y no sangrar, sobre todo nunca sangrar.

Pero lo que se suponía sería la conclusión de lo no empezado, resultó no ser más que eso, un fin. Tu recuerdo suave como la seda e insípido como el aire de agosto esperaba con ansias la dulzura, tu acidez y mi amargor. Pero me di cuenta de que no fue cuestión de tiempo y prisas la carencia del recuerdo. Eres tú. Tú no sabes a nada.

Si no puedo contemplar tu mirada poderosa capaz de dividirme en infinitos cachos de timidez, si no me impresiona tu habilidad y tu blancura, no tienes nada.
Lo que tienes son palabras cortas, o más que cortas cortantes. Lo que tienes es frialdad para decirme nada y que lo poco dicho me resulte tan insignificante como las palabras del viento en la noticia. No sé si tu gusto y tu intelecto sean realmente difíciles de alcanzar para mí, o si vives de pretensiones. Lo cierto es que no me hallo a tu lado como igual, no puedo ser, a falta de libertad busco empezar a fingir, y una vez que eso pasa es que pierdo también mi propio sabor.

Tú no sabes a nada. Yo sí. Tengo en mí el cacao puro de mi tierra, la canela, las especias, las ciruelas en los ojos y la menta en el pensar.

Dejaré de buscarte el sabor, entonces. Dejaré pasar el tiempo y te buscaré una y otra vez deseando esta vez no encontrarte. Dejare que en mi memoria sigas siendo suave seda, pero sin remiendos. Te dejaré volar en mi imaginación antes que en la realidad cortes tus alas y te quiera en el olvido. Yo, yo dejaré de buscarte el sabor. Tal vez eres tú el que debería buscarte uno.

lunes, 1 de noviembre de 2010

No vas a venir

No vas a llegar nunca, ¿verdad?

Desde el instante en que concertamos la cita y que no le pusimos nunca lugar, ni fecha, ni vigencia, supe que no ibas a llegar. De hecho, esa cita jamás fue concertada. Fue más bien una invitación a concertar una cita. Un simple pedazo de papel con notas de una canción fallida es más un plan para hacer planes en el futuro.

Me pregunto qué habrá pasado por tu mente luego de estrujarlo entre tus manos. Al parecer no lo perdiste inmediatamente, porque recordaste uno de los datos. ¿Por cortesía, quizás? Tu y yo no tenemos nada. Lo único que hay es un quizás, y ese quizás está en tus manos.

Tercamente, te busqué de manera constante los días siguientes. Bueno, para confesar algo, es mentira decir que te busqué. Te busco, así en presente. Seguido, tal vez un poco más de lo que sería sano, pero tomando en cuenta que lo sano es simplemente no buscarte. Pero no fue difícil darme cuenta de que no sólo no estás, sino de que nunca vas a estar.
Te tomaré entonces como lo que fuiste, nada, un recuerdo suave sin sabor. Y es sencillo tomarte como tal porque es en sí lo que eres. El único problema es que creo (pues sólo puedo suponer) que eres algo más que una imagen atractiva a mis sentidos y una casualidad cósmica. Si bien es inútil y hasta estúpido ilusionarme con el quizás (ese quizás que por más que sigo escribiendo, sigue estando en tus manos), me hubiera gustado conocerte más a fondo.