domingo, 30 de diciembre de 2012

Usted II

El tiempo corre, 50 minutos.
50 minutos para observar, para callar.
De pronto sus ojos se vuelven olas,
y yo me abandono, naufrago en su mar.

Lo miro jugar con la cuchara del café
y quisiera decirle que esa tormenta soy yo
soy yo dentro de la taza, con los granos de azúcar dispersos
atrapada dentro de paredes de cerámica, mirando desde abajo lo que pasa.

También soy los libros de su estante,
que no le dicen nada.
Soy los productos de publicidad que adornan su escritorio.
Soy la marca Marlboro que es lo único que sé de su vida.

Estoy aquí para hablar, para decir.
Y sin embargo quisiera escuchar.
Deliro, viajo, pienso y me pierdo
en la marea que crece en sus pupilas.

Las olas estallan unas con otras,
el agua antes clara se tiñe de añil,
las nubes se acumulan bajo sus pestañas
y siento el capricho de un viento febril.

¡Truenos! ¡Luces! ¡Ha entrado agua a babor!
La balsa gira, retumba, es el juguete de Neptuno
Y sin pensarlo me hago prisionera de las aguas
Me hundo, me ahogo, y espero su turno

Sorpresa es ver que el agua no cae de su mirada
sino de la mía.
Vi en usted toda la tormenta
pero era mi alma la que la sentía.

“Se nos ha acabado el tiempo“ lo escucho decir
y otra vez yo no dije nada.
Pareciera que en estas 4 paredes no hay física,
la única regla encontré, y es que a usted no le puedo hablar de tú.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Blindness

Últimamente me ocurre que no se me ocurre nada (al menos nada bueno) para escribir.

La mayoría de las personas dicen que Paulo Coelho es lo peor que le ha pasado a la literatura. Yo no estoy en desacuerdo, pero creo que ello ocurre porque insisten en compararlo en el arte literario. Sí, Paulo Coelho se queda muy atrás en narrativa y en complejidad de historias si alguna vez se ha leído a García Márquez o Mario Vargas Llosa; pero creo que como superación personal realmente logra que el lector reflexione y se sienta mejor consigo mismo.

Y lo que nos ocurre a personas que gustamos de leer es que a veces se te sube lo lector a la cabeza y empiezas a menospreciarlo todo. ¿Por qué? La verdad es que gran porcentaje de ello es pura presunción. No voy a negar que si tengo ganas de una buena historia los libros de Coelho me parecerán planos y sin sentido, que preferiría leer otro autor. Pero tampoco tengo por qué negar que he leído algunos de los que ha escrito, y que “El alquimista“ de verdad me hizo sentir el calor de la esperanza y pensar que puedo llegar muy lejos.

Esto pasa con la música también. Es cierto que una vez que escuchas música clásica es más fácil identificar las atrocidades que hacen algunas (la mayoría) de las canciones modernas (Dígase, todas siguen la secuencia C A F G C, en la tonalidad que guste). Pero ¿por qué habría de negar que las canciones de Simple Plan me hacen sonreír al recordar mi adolescencia temprana? ¿Por qué habría de estar gruñona toda la tarde porque pusieron banda en la fiesta en lugar de pararme a bailar? Saber de ritmos y compases no me impide ser una mexicana como cualquier otra y sentir que mis caderas se mueven junto con la tuba.

Y así como en el arte, en muchas otras cosas pasa que sin darte cuenta cómo, pretendes. Al principio como una forma de defensa contra la adversidad. Quizá ellos se burlen de ti por ser de esta manera, mejor ahórrate problemas y actúa de esta otra. Un poco de esto yo lo llamo prudencia. Lo malo es cuando lo haces diario y en todas partes, y guardas todo lo que en realidad quieres y piensas para querer y pensar lo que se espera de ti. ¡Ya no más! Si yo he leído a Paulo Coelho y me ha gustado, eso no me quita haber leído 14 libros de Gabriel García Márquez, o conocer de reglas de redacción de textos. Y si me gusta bailar banda en las fiestas, no significa que no pueda analizar piezas de Mozart o tocar Bach en el piano. A veces es tanto el miedo a la generalización, que te vuelves ella.