martes, 10 de julio de 2012

Sueños de Pátzcuaro.

Te soñé en mi siesta vespertina. Me pregunto por qué en esa, la prohibida, la que no se debe hacer porque dice mi madre que “La noche es para dormir, el día para despertar y no viceversa“
O quizás es perfectamente lógico que te sueñe en mi siesta vespertina y en ninguna otra.
Te soñé en Pátzcuaro. Me pregunto por qué ahí, en ese pueblo mágico, al que fuimos aunque nunca debimos ir.
O quizás es perfectamente lógico, porque lo que Pátzcuaro encierra de nuestra historia real o imaginada no lo encierra ningún otro lugar.
Te soñé en la lluvia, como en nuestra propia versión mexicanizada de una película de Nick Cassavetes. Te soñé primero con el frío de la lluvia en medio de una plaza desierta, entre el misticismo de la meseta y los árboles milenarios. Te soñé luego con el alivio de un hospedaje tranquilo y templado, con palabras  cálidas y sentimientos explosivos. Te soñé con todo y banda sonora suave, lleva de sutilezas de violín y aromas a manzana con canela.
Te soñé para despertar y saber que te habías ido.
Y saber que te fuiste porque no aguantaste, después de todo, después de tanto decir y jurar y hacer y buscar e invertir y lograr, no aguantaste y volviste a caer en donde mismo.

jueves, 5 de julio de 2012

La espera.

Mírate nada más, corriendo para esperar.

Esperar tiene su lado amable cuando se sabe qué es lo que se espera, o si se espera con la seguridad de la llegada de lo esperado. De lo contrario, es sólo pasar el tiempo sabiendo o bien la incertidumbre de lo venidero, o sabiendo perfectamente que se espera lo que no llega o no sabiendo nada de nada.

Claro que esperar tiene sus encantos, como es intensificar la reacción cuando llega lo tan ansiado, que aunque podría ser no tan extraordinario, se admira con más deleite. Eso o el avanzar de las páginas del libro que vas leyendo mientras esperas.

Por mi parte, últimamente he decidido que lo más importante es esperar de forma inteligente. Hay cosas que se esperan, cosas que se buscan y por último están las cosas que no se esperan ni se buscan, porque se sabe de antemano que las probabilidades son casi nulas.
Quería acabar este pseudo-texto con una frase que no tiene nada que ver con lo anterior:

¡Tú espérame en Siberia, amor mío!
(Y quizá algún día vaya yo a buscarte, porque eso sí, yo no voy a sentarme a esperarte)