martes, 31 de mayo de 2011

Ganas de escribir (te) algo bonito

Te prefiero a mis tardes de lectura,
porque en tus ojos encuentro historias donde mi sueño es protagonista.

Hay veces en que el techo deja de ser el techo, para proyectar la película de tu recuerdo.
Hay veces en que la música deja de ser música para convertirse en aire, que viaja y vuela a través de las hojas para llegar como murmullo hasta tu oreja.


Son esos momentos en que sumido en tu belleza cotidiana te detienes un momento y sientes un suspiro.

-¿Oíste algo?- preguntas.
-No- te contestan.

Vuelves a sumirte en lo que hacías presintiendo que dentro de ese suspiro se hallaba música, música que escucha alguien que mira al techo que proyecta tu recuerdo mientras salta de sus tardes de lectura.

Hay veces en que la brisa se detiene a la vista de tu rostro y te contempla. Toma una foto.
Hay veces en que las nubes toman tus respiros como suyos y los convierten en lluvia. Lluvia que amenaza con su canto y se mueve tornándose grisácea de tanto guardarse a sí misma.

Son esos momentos en que caen gotas en mis manos y la brisa me recuerda tu cara.

Siento entonces que si el aire va y te cuenta, si la brisa viene y me muestra, que si la lluvia nos solloza...

... ¿Qué estamos haciendo tú y yo, sin decirnos nada?


Sin duda esto es obra de Chopin.

Pas de réponse

Tinta que corre, que hiere, que ilusiona
tinta de sangre de poeta desahuciado
espejo del ayer que colisiona
con el espíritu de un hombre desalmado.

Esa soy yo
capullo de cerezo
en mieles de atardeceres.

Luz de otoño en mediodía
sin dirección ni sentido
brisa, canto y alegría
cálido y gélido latido

Ese eres tú
con todos tus no's y tus si's
entre las rosas de tus espinas

Gris esencia de materia corpórea
perfumes usados en Francia
incienso en cámara mortuoria
y alma rancia


Eso son ellos
todos ellos que nos miran
que observan el tú y yo

Tú y yo no te diré qué somos
porque somos polvo
porque somos nada.

jueves, 26 de mayo de 2011

Imaginación traidora.

Entró con aire altanero, justo como lo hace siempre, como imaginé que seguiría haciéndolo. Comenzó a tararear una canción de salsa y al encontrarse solo en su habitación hasta practicó algunos pasos. Llegando a su cama se quitó los zapatos y la camisa, se tiró en ella un momento mirando al techo.
Yo estaba sofocada por el esfuerzo de no hacer ruido. De cuando en cuando miraba por la ventana para distraerme, cuidando de no perder de vista su actividad. “Vaya, vaya“ pensé “Así que esta es tu ventana de gatos. Quién diría que después de habérmela descrito tantas veces por teléfono, la conocería de esta manera“ Oí entonces que se levantaba y volví a mi puesto. Sus pasos acompasados, su mano en el interruptor, su mirada de terror y desconcierto al verme en el reflejo del espejo. “Nighty night, love of mine“ dije mientras inyectaba el sedante en su cuello.
Verlo despertar amarrado y amordazado, con esa mirada de pánico en sus ojos fue sencillamente encantador. No pude evitar que una gran sonrisa se dibujara en mi boca mientras sacaba mi estuche de navajas y el cuchillo que compré en el Caribe especialmente para la ocasión. Antes de usar cualquiera de ellas, lo golpeé. Primero una cachetada y luego a puño cerrado en la cara, en el vientre, lo tiré, lo pateé como desquiciada, lo golpeé de nuevo conteniendo el aliento, le grité todo lo que era y lo miré indefenso, agonizando de dolor. Entonces me acerqué a él con el filo de mi cuchillo acariciando su cara. Pasé mi lengua por los labios y le dije “¿Qué se siente estar tan cerca de la muerte, bonito?“
Clavé la punta en su cuello y una gota de sangre empezó a correr lentamente por su piel blanca. Fue cuando lo miré a los ojos. Su mirada suplicaba misericordia, sus ojos se humedecieron y una lágrima cayó por su tierna mejilla y mojó mi mano. Vi su terror al ver la sangre en mi cuchillo, siempre supe que le tenía miedo a perder sangre. Entonces sentí mis ojos humedecerse.
Arrojé el cuchillo contra la pared con un grito de furia y empecé a llorar como nunca lo había hecho. Le quité la mordaza de la boca y con ayuda de una navaja retiré las ataduras. Entonces lo abracé como quien abraza a sus propios demonios y lloré en su pecho por que después de haberlo amado tanto se había dedicado a dejarme llena de heridas. Lloré y me pregunté cómo alguien podía haber sido tan feliz y tan desgraciada por la misma causa, tanto que ni en sueños pudiera hacerle daño.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Agua púrpura

(El nuestro) El mío es un amor bien indescriptible. Un amor que se refleja en ti, por todo lo que representas. A veces me desespera no poderte explicar (ni olvidar).
El nuestro no existe porque no es de ti para mí sino solo de mi para ti. Y en realidad eso tampoco, porque a ti no te conozco. Te voy creando yo misma con el síndrome de Electra.

A veces me pregunto si este cariño es dañino para ambos. El día que lo sea nos sabremos destruidos.

lunes, 23 de mayo de 2011

Gotas (remake)

Un día se cansó de mirar su creación y se acurrucó entre nubes de polvo y gas cósmico. Se puso a reflexionar acerca de lo que había visto en uno de sus planetas. Entonces descubrió un rincón de su mente que no conocía. Pensó en que sabía desde el más recóndito pensamiento de un cajero irrelevante hasta el mecanismo tan complejo del cosmos. Claro, cómo no saberlo. Él lo había creado. Pero él no se había creado a sí mismo y se desconocía. Trató de imaginarse su origen pero recordaba siempre haber existido. Empezó a buscar algún ente superior que pudiera haber sido su autor, pero ni siquiera encontró que hubiera un igual. Entonces se sintió solo. Era ya demasiado extraño que estuviera pensando en todo esto cuando volteó hacia abajo y vio sus manos. Tomó el mundo y miró intermitentemente a los hombres y a su cuerpo. Se observó reflejado en los anillos de Saturno y vio cuán parecidos eran. “A imagen y semejanza”. Cuando creó a los hombres ese era su plan, pero ahora parecía ser la respuesta a su incógnita. Tocó su vientre preguntándose cómo funcionaba su organismo perfecto, si sería parecido a los humanos. Tomó entonces un asteroide afilado y lo deslizó contra su piel lenta pero firmemente. Sangre divina empezó a correr de la herida y voló ligera a través del vacío. Partícula a partícula el universo se tiñó de rojo.

Juan miraba la televisión cuando interrumpieron para pasar un hecho inexplicable. Se asomó a su ventana y vio que era real, las nubes eran rojas y contagiaban el cielo a su paso. Y al igual que él, todos dejaron de hacer lo que estaban haciendo para mirar el mundo pintarse. Juan se tocó el crucifijo que llevaba colgado del cuello y empezó a rezar el Padre Nuestro. Siempre había sido católico, pero nunca había estado seguro. Pero ahora había visto a su Dios. Un dolor de estómago lo hizo estremecerse. Pensó que eran los nervios de estar presenciando un acontecimiento universal, pero al voltear hacia su vientre vio en él la herida que pintaba los cielos.

jueves, 12 de mayo de 2011

Capriccio 24

Tú y yo nos conocimos en el momento equivocado,
como mis padres en el preciso.

Estaba escrito que dentro de muchos años, cuando supieras algo sobre la vida y yo ya no quisiera saber nada de ella, tú y yo nos conoceríamos en un accidente de tráfico. Yo iba, como siempre, distraída. Pensaba en los trabajos que debía entregar al día siguiente, en los problemas de finanzas, en la cita a la que iba tarde. Iba tarareando una canción, cambiando el disco, mirando hacia todas partes, en fin, no iba viendo la calle. Tú, en cambio, ibas tranquilo, pero muy cansado. Recibiste ese día las llamadas rutinarias de la gente que espera que les resuelvas la vida. Escuchabas música clásica, pero al final la cambiaste por esas canciones tan melosas que te encantan y que escuchas en soledad. Entonces tu carro blanco impecable, oliendo a desodorante de pino, se estampó contra mi coche rojo escandaloso cuya cajuela estaba llena de obras de arte, libros, ropa y artículos excéntricos. Nos bajamos tratando de controlar el enojo, llamamos a los aseguradores, nos hablamos con cordial antipatía, esperamos una hora la llegada de los técnicos, nos desesperamos, nos tranquilizamos, intercambiamos teléfonos y miradas. Una semana después ahí estabas, preguntando que cuánto me cuesta un diseño, es para mi escuela, tú sabes, como me dijiste que trabajabas de artista pues vine a ver cuánto me cobrabas. De ahí nos agarramos, ahora que vine a ver que cómo está tu escuela, porque mi sobrino quiere inscribirse aquí y pues como supe que eras el director, sí mi sobrino, porque yo hijos no tengo, no pues sí, está muy bien, yo le digo que venga a hacer el examen y un gusto en saludarte. Luego pasó a ser más como que te invito un café, y yo que cómo crees, y tú que sí total somos amigos, bueno, un besito de despedida, que empieza por ser al aire, pasa por la mejilla y termina en los labios por error, una de esas noches de platicar del clima, mira nada más, y que si no quieres pasar, y ya nos sabemos el final.

Tú y yo íbamos a negar que era serio, nos juraríamos que era pasajero. Tú y yo empezaríamos por el es que no, mi vida, esto no puede ser, ya estamos grandecitos para estas cosas, y que mira nuestros mundos tan diferentes, tú en tus ondas esas de arte y a mí solo me importan mis muchachos, esto no pinta para bien, pero no, tampoco te me vayas, sí bésame, pero poquito. Así empezaríamos para terminar en el te quiero para siempre que se dicen las parejas cuando están medio modorras, parejas como nosotros, miedosas del “te amo“, diciendo que cuando quieras irte ahí está la puerta, pero sabiendo por dentro que no te vas, que te quedas y de paso me abrazas por aquello del frío. Tú y yo que creímos que nunca dejaríamos descendencia tendríamos una niña, chiquita, bonita y frágil, tímida y soñadora, que un día crecería y nos dejaría impactados con esa carrera rara que quiso y que nos haría sentirnos viejos cuando terminara la universidad.

Todo, todo eso íbamos a ser tú y yo.

Pero no. En vez de que en ese destino paralelo nos riéramos juntos de todas las veces que pasamos el uno al lado del otro y nunca supimos quienes éramos, en vez de que platicáramos acerca de una vez que tropecé con alguien igualita a ti en el centro cuando era joven, ¡No me digas, si sí era yo!, en vez de eso, en vez de eso lo arruinamos todo.

Aquel día cuando tropezaste conmigo en el centro y que pudimos ignorarnos, te pregunté tu nombre en el último segundo. Hasta ahora me doy cuenta de que no estábamos preparados para conocernos, pero que ya lo hicimos, que ya no tiene caso que choquemos en un crucero a la hora pico, que no vas a invitarme un café y que el día en que mi sobrino quiera una buena escuela y yo lo lleve a conocer la tuya, no habrá más que una sonrisa ligera de viejos conocidos.

lunes, 9 de mayo de 2011

El sueño de Alonso.

Soñé que estaba en un cuarto de hospital, que al mismo tiempo era un convento y la escuela. Yo estaba en una camilla, con una botella de suero conectada a mi brazo. Entonces desconectaba el suero e inmediatamente sentía sangre brotar por todas partes. De mi nariz, de mi boca, de la herida del suero y de las heridas que alguna vez hubo en mi muñeca izquierda. Incluso sentía su temperatura tibia y su densidad recorriendo mi piel, su aroma particular y su sabor a fierro. Cabe mencionar que como nunca sangro, el verme llena de ese líquido por doquier me causó pánico. La enfermera entró en la habitación y al verme yo esperaba que se asustara y me atendiera, pero más bien dijo con voz cansada y llena de asco: -Ve por unas sábanas limpias.
Fui por los pasillos buscando un almacén de sábanas, tratando de detener el flujo sanguíneo. Detrás de mí iba dejando un camino rojo en el impecable piso blanco del lugar. Al pasar por una puerta pude ver una clase (porque recordemos que el lugar era la escuela al mismo tiempo). Vi a Gerardo y a Dubhe poniéndole atención a René, y había varios más sentados que supongo eran LADs también. Pero todos eran pálidos, como cadáveres.
Fue en ese pasillo que me encontré a Alonso. Calmado, me dijo:
-No quiero entrar a biología, aunque van a ver una película. ¿Te la salas conmigo?
-No por favor, no me mires, no me mires- dije tratando de limpiar con la bata que traía toda la sangre que seguía escurriendo.
-Pues te ves algo cansada y demacrada, pero normal. ¿Por qué no quieres que te vea?
Sentía mi nariz escurrir y al limpiarla con mi mano la veía llena de sangre. Pero volteé y vi mi reflejo en la ventana de la puerta del salón y me di cuenta de que no tenía nada.
-¿Y tú qué haces afuera?- me preguntó Alonso
-Buscaba el almacén de sábanas- respondí- pero en realidad tengo ganas de tirarme por la ventana.
Le conté que hacía muchas noches que soñaba con una gran ventana de cristal delgado, por la que yo saltaba y al estrellarme contra ella no había nada que amara más que el sonido de la ruptura y los miles de cristales encajándose en mi piel.
-No, no saltes- me dijo tranquilo, como si todos los días las personas desearan suicidarse- no entraré a biología. Mejor ven conmigo.
-No tengo fuerzas.
-Yo te llevo.
Alonso me llevó en sus brazos a través de los pasillos del hospital, que estaban llenos de espejos. Lo curioso es que en cada espejo me veía de forma diferente. En algunos me veía con la piel extremadamente oscura, del color de la caoba. En otro me veía inmensa, como un elefante. Pero los que más me impactaron fueron: uno donde me veía blanca, delgada y casi sin cabello, como si llevara ya algunos días en la morgue. Otro donde estaba empapada, pero no en agua sino en un líquido amarillo y lo chorreaba. Y el último, donde me veía toda llena de sangre y heridas, con millones de cristales por todo mi cuerpo. Al pasar por este último, recuerdo que abracé a Alonso con tanta fuerza que casi lo hago perder el equilibrio y le dije:
-¡Mírame! ¡mírame! ¡Es que ya salté! ¡Ya salté! ¡Ya salté y tú no lo evitaste! ¡No me salvaste y ahora estoy deshecha llena de cristal!
-Tranquila, ya casi llegamos. Ya casi
Por fin llegamos a un pasillo donde había muchas enfermeras yendo de un lado a otro. En el centro había una puerta de madera blanca, simple y vieja. Entramos sin que nadie nos notara. Dentro había una sencilla escalera de cemento que terminaba en una puerta negra de hierro. En el descanso un gran ventanal por donde entraba la luz del mediodía. Alonso se sentó en el descanso casi al lado del ventanal, aún conmigo en brazos.
-Nos van a encontrar- dije.
-No- me dijo quitándome el cabello de la cara- aquí nunca vienen. Ya se han muerto varios.
Al voltear a ver la ventana podía sentir las náuseas terribles y el miedo irracional propios de una fobia. Pero al mismo tiempo sentía la ansiedad y ganas incontrolables de saltar a través de ella y encajarme el cristal. Me aferré a Alonso con tanta fuerza que jalaba su camisa y escondía mi cara en su pecho.
-¡Le tengo miedo a la ventana!- le dije
-No te hará daño si no la tocas. Solo siente la luz que se filtra y te calienta.
-¿Qué hay del otro lado de la puerta?
-Hagas lo que hagas no intentes abrirla. Y reza porque no se abra sola.
-¿Qué haremos ahora?
-Tú quédate conmigo para siempre. Puede que con mis palabras te duermas e hipnotices.
Volví a ver la sangre que escurría sobre todo de mi nariz y manchaba su camisa y mi bata. Me acomodé en su regazo y cerré los ojos.
-Está bien- susurré- pero no me dejes. No me dejes, no me dejes, no me dejes, no me dejes....

domingo, 8 de mayo de 2011

No tengo tiempo

Odio que la gente me diga que no tiene tiempo de verme.
Lo odio porque a mí se me hace increíble, aunque trate de hacer conciencia de que hay gente que de verdad carece de ello. Lo detesto sobre todo porque, el león cree que todos son de su condición, y a veces, cuando tengo muchas ganas de ver a alguien, casi casi que creo el tiempo.
Y es que teniendo una saturación de clases cocurriculares (puestas a propósito dentro del horario para no tener tiempo de deprimirme), tareas pendientes dejadas al último y una mamá estricta que no me quiere fuera de casa después de las nueve y en general en fines de semana, el día que se me antoje ver a alguien veré que si acelero la realización de mis tareas, muevo esto para acá, entro a dibujo a las cuatro, y ¡Voilá! Te veo a las 6 en el centro.
Hay veces, sí, me declaro culpable, que le digo a alguien que no tengo tiempo de verlo. Debo confesar que cuando eso sucede, hay que intercambiar la palabra “tiempo“ por “humor“, o “permiso“, porque también a veces ya ni siquiera lo pido para evitarme el discurso maternal que de todos modos significa que no puedo salir.
Entonces, me imagino que cuando alguien me dice luego de varios intentos que no tiene “tiempo“ es porque simplemente no le complace mi compañía. Realmente espero estar equivocada y que la ausencia de esa magnitud fundamental sea, en efecto, relativa.


miércoles, 4 de mayo de 2011

Lo que hice mal

Lo que hice mal fue soñar.
-Soñar que su sí aplicaba para todos los aspectos de la vida.
-Soñar que una platica de comprensión y buenas intenciones bastaban para borrar todo un pasado lleno de envidias, traiciones y malos pensamientos.
-Soñar que éramos más fuertes que la distancia, el tiempo y las diferencias de nuestros mundos.
-Soñar que los esfuerzos servían de algo
-Soñar que eras algo mejor de lo que parecías.
-Soñar que era posible cualquier cosa que me propusiera.
-Soñar que cuando me dijiste que me ibas a extrañar lo decías en serio
-Soñar que podías ser... no! no eras... pero tú, tú podías ser... no! obvio no eras... pero tú...
Lo que hice mal, lo que hago mal, es soñar tanto, despegar sin regresar, creer sin ver.
Lo que hago mal es no aprender.
Lo que hago mal es seguir teniendo los mismos sueños, o pesadillas, una y otra vez.