lunes, 9 de mayo de 2011

El sueño de Alonso.

Soñé que estaba en un cuarto de hospital, que al mismo tiempo era un convento y la escuela. Yo estaba en una camilla, con una botella de suero conectada a mi brazo. Entonces desconectaba el suero e inmediatamente sentía sangre brotar por todas partes. De mi nariz, de mi boca, de la herida del suero y de las heridas que alguna vez hubo en mi muñeca izquierda. Incluso sentía su temperatura tibia y su densidad recorriendo mi piel, su aroma particular y su sabor a fierro. Cabe mencionar que como nunca sangro, el verme llena de ese líquido por doquier me causó pánico. La enfermera entró en la habitación y al verme yo esperaba que se asustara y me atendiera, pero más bien dijo con voz cansada y llena de asco: -Ve por unas sábanas limpias.
Fui por los pasillos buscando un almacén de sábanas, tratando de detener el flujo sanguíneo. Detrás de mí iba dejando un camino rojo en el impecable piso blanco del lugar. Al pasar por una puerta pude ver una clase (porque recordemos que el lugar era la escuela al mismo tiempo). Vi a Gerardo y a Dubhe poniéndole atención a René, y había varios más sentados que supongo eran LADs también. Pero todos eran pálidos, como cadáveres.
Fue en ese pasillo que me encontré a Alonso. Calmado, me dijo:
-No quiero entrar a biología, aunque van a ver una película. ¿Te la salas conmigo?
-No por favor, no me mires, no me mires- dije tratando de limpiar con la bata que traía toda la sangre que seguía escurriendo.
-Pues te ves algo cansada y demacrada, pero normal. ¿Por qué no quieres que te vea?
Sentía mi nariz escurrir y al limpiarla con mi mano la veía llena de sangre. Pero volteé y vi mi reflejo en la ventana de la puerta del salón y me di cuenta de que no tenía nada.
-¿Y tú qué haces afuera?- me preguntó Alonso
-Buscaba el almacén de sábanas- respondí- pero en realidad tengo ganas de tirarme por la ventana.
Le conté que hacía muchas noches que soñaba con una gran ventana de cristal delgado, por la que yo saltaba y al estrellarme contra ella no había nada que amara más que el sonido de la ruptura y los miles de cristales encajándose en mi piel.
-No, no saltes- me dijo tranquilo, como si todos los días las personas desearan suicidarse- no entraré a biología. Mejor ven conmigo.
-No tengo fuerzas.
-Yo te llevo.
Alonso me llevó en sus brazos a través de los pasillos del hospital, que estaban llenos de espejos. Lo curioso es que en cada espejo me veía de forma diferente. En algunos me veía con la piel extremadamente oscura, del color de la caoba. En otro me veía inmensa, como un elefante. Pero los que más me impactaron fueron: uno donde me veía blanca, delgada y casi sin cabello, como si llevara ya algunos días en la morgue. Otro donde estaba empapada, pero no en agua sino en un líquido amarillo y lo chorreaba. Y el último, donde me veía toda llena de sangre y heridas, con millones de cristales por todo mi cuerpo. Al pasar por este último, recuerdo que abracé a Alonso con tanta fuerza que casi lo hago perder el equilibrio y le dije:
-¡Mírame! ¡mírame! ¡Es que ya salté! ¡Ya salté! ¡Ya salté y tú no lo evitaste! ¡No me salvaste y ahora estoy deshecha llena de cristal!
-Tranquila, ya casi llegamos. Ya casi
Por fin llegamos a un pasillo donde había muchas enfermeras yendo de un lado a otro. En el centro había una puerta de madera blanca, simple y vieja. Entramos sin que nadie nos notara. Dentro había una sencilla escalera de cemento que terminaba en una puerta negra de hierro. En el descanso un gran ventanal por donde entraba la luz del mediodía. Alonso se sentó en el descanso casi al lado del ventanal, aún conmigo en brazos.
-Nos van a encontrar- dije.
-No- me dijo quitándome el cabello de la cara- aquí nunca vienen. Ya se han muerto varios.
Al voltear a ver la ventana podía sentir las náuseas terribles y el miedo irracional propios de una fobia. Pero al mismo tiempo sentía la ansiedad y ganas incontrolables de saltar a través de ella y encajarme el cristal. Me aferré a Alonso con tanta fuerza que jalaba su camisa y escondía mi cara en su pecho.
-¡Le tengo miedo a la ventana!- le dije
-No te hará daño si no la tocas. Solo siente la luz que se filtra y te calienta.
-¿Qué hay del otro lado de la puerta?
-Hagas lo que hagas no intentes abrirla. Y reza porque no se abra sola.
-¿Qué haremos ahora?
-Tú quédate conmigo para siempre. Puede que con mis palabras te duermas e hipnotices.
Volví a ver la sangre que escurría sobre todo de mi nariz y manchaba su camisa y mi bata. Me acomodé en su regazo y cerré los ojos.
-Está bien- susurré- pero no me dejes. No me dejes, no me dejes, no me dejes, no me dejes....

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