jueves, 26 de mayo de 2011

Imaginación traidora.

Entró con aire altanero, justo como lo hace siempre, como imaginé que seguiría haciéndolo. Comenzó a tararear una canción de salsa y al encontrarse solo en su habitación hasta practicó algunos pasos. Llegando a su cama se quitó los zapatos y la camisa, se tiró en ella un momento mirando al techo.
Yo estaba sofocada por el esfuerzo de no hacer ruido. De cuando en cuando miraba por la ventana para distraerme, cuidando de no perder de vista su actividad. “Vaya, vaya“ pensé “Así que esta es tu ventana de gatos. Quién diría que después de habérmela descrito tantas veces por teléfono, la conocería de esta manera“ Oí entonces que se levantaba y volví a mi puesto. Sus pasos acompasados, su mano en el interruptor, su mirada de terror y desconcierto al verme en el reflejo del espejo. “Nighty night, love of mine“ dije mientras inyectaba el sedante en su cuello.
Verlo despertar amarrado y amordazado, con esa mirada de pánico en sus ojos fue sencillamente encantador. No pude evitar que una gran sonrisa se dibujara en mi boca mientras sacaba mi estuche de navajas y el cuchillo que compré en el Caribe especialmente para la ocasión. Antes de usar cualquiera de ellas, lo golpeé. Primero una cachetada y luego a puño cerrado en la cara, en el vientre, lo tiré, lo pateé como desquiciada, lo golpeé de nuevo conteniendo el aliento, le grité todo lo que era y lo miré indefenso, agonizando de dolor. Entonces me acerqué a él con el filo de mi cuchillo acariciando su cara. Pasé mi lengua por los labios y le dije “¿Qué se siente estar tan cerca de la muerte, bonito?“
Clavé la punta en su cuello y una gota de sangre empezó a correr lentamente por su piel blanca. Fue cuando lo miré a los ojos. Su mirada suplicaba misericordia, sus ojos se humedecieron y una lágrima cayó por su tierna mejilla y mojó mi mano. Vi su terror al ver la sangre en mi cuchillo, siempre supe que le tenía miedo a perder sangre. Entonces sentí mis ojos humedecerse.
Arrojé el cuchillo contra la pared con un grito de furia y empecé a llorar como nunca lo había hecho. Le quité la mordaza de la boca y con ayuda de una navaja retiré las ataduras. Entonces lo abracé como quien abraza a sus propios demonios y lloré en su pecho por que después de haberlo amado tanto se había dedicado a dejarme llena de heridas. Lloré y me pregunté cómo alguien podía haber sido tan feliz y tan desgraciada por la misma causa, tanto que ni en sueños pudiera hacerle daño.

1 comentario:

  1. Sí, esta nota va para ti. Pero es la única. Sé que la has leído una y otra y otra vez pensando en mi demencia. Pero que risa me dio saber que creías que era más que literatura, que eran mis deseos reprimidos o ¡Peor aún! que en tu imaginación te adjudicaste SUS notas. Me conoces, no mucho, pero sí algo. Sabes que prefiero el drama a la cotidianidad y que esto es solo una muestra. Deja de soñar.

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