jueves, 24 de mayo de 2012

She.

Es quizá una forma de perspectivar las cosas, ponerse en otro ángulo, dejar que la pintura me guíe hasta la figura completa como debe ser vista, como en una obra de Felice Varini.
Dejarme sentir el soplo del viento universal, que me deshace en partículas de luz y de todo lo que soy, de lo que soy en conjunto con mi microcosmos lleno de problemas inventados y de mil y un temas de conversación. Remolinos de notas condensadas en páginas y páginas de literatura de natura, licuados con terrones de azúcar y granos enteros de sal, esencia de azul, aromas a blanco y negro.

Es otra forma de salir a la calle y bailar sin zapatos, sin esperar la llegada de nadie, ni para detenerme ni para seguirme el compás. Dejé de compararme con una cintura pequeña, unos ojos verdes y una personalidad peculiar, mucho más fuerte, mucho más apabullante, quizá menos brillante, eso no lo puedo decir. Dejé de compararme en el momento en que mi alma se dio cuenta de que no puedes pedirle al agua y al aceite un punto de comparación, entre Paulo Coehlo y García Márquez, entre mala ortografía y redacción de concurso, entre un cuerpo perfecto o unas manos de pianista. De verdad quisiera demostrar humildad y no ponerme por encima, pero hemos llegado a un punto en el que tanto puedo decir que es inútil mentir por modestia, o que simplemente me conviene más creerlo así. Para no volver a caer, para de verdad hacerme creer que el ser humano es idiota por naturaleza y suele abandonar el oro por el plomo.


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