viernes, 10 de febrero de 2012

A veces me gusta pensar todo como si fuera un suspiro. O un parpadear. Estoy aquí, parpadeo y estoy allá, parpadeo y ya pasó todo lo que tenía que pasar. Justo en eso pensaba en diciembre. Estaba en la cena de navidad, mirando el mar de noche, con mis pies en la arena. Pensé que todo era cuestión de unos cuantos abrir y cerrar de ojos, los enumeré incluso. Despedirme de mis amigos, año nuevo, la mudanza, ver a mi mamá irse, verlo de nuevo, exámenes de primer parcial. Y sí. Parece que sigo ahí, oliendo la sal del ambiente sin querer abrir los ojos, porque una vez que lo haga todo empezará a correr demasiado rápido. Ahora quisiera que todo volviera a ser un suspiro. Que la próxima vez que respire me ría de todo esto. Que la próxima vez sea aire familiar el que inunde mis pulmones, atascándome de abrazos por todos los que me han faltado. Que la próxima vez que coma de manera consciente sea un caldo casero, tortillas calientitas y agua de mango. Que no alcance a extrañarlo tanto cuando ya pueda darle un beso de nuevo.
Extrañar no es una buena manera de vivir. Porque entonces de tanto vivir en otro lugar uno deja de vivir en donde está. Todo es cuestión de tiempo. Maldita sea, hasta el tiempo es cuestión de tiempo. Quizá mañana deje de transcurrir todo tan lento y en un parpadeo más quiera regresar. Justo ahora me gustaría que dejara de imitar a la eternidad.

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