martes, 31 de mayo de 2011
Ganas de escribir (te) algo bonito
Pas de réponse
jueves, 26 de mayo de 2011
Imaginación traidora.
miércoles, 25 de mayo de 2011
Agua púrpura
lunes, 23 de mayo de 2011
Gotas (remake)
Un día se cansó de mirar su creación y se acurrucó entre nubes de polvo y gas cósmico. Se puso a reflexionar acerca de lo que había visto en uno de sus planetas. Entonces descubrió un rincón de su mente que no conocía. Pensó en que sabía desde el más recóndito pensamiento de un cajero irrelevante hasta el mecanismo tan complejo del cosmos. Claro, cómo no saberlo. Él lo había creado. Pero él no se había creado a sí mismo y se desconocía. Trató de imaginarse su origen pero recordaba siempre haber existido. Empezó a buscar algún ente superior que pudiera haber sido su autor, pero ni siquiera encontró que hubiera un igual. Entonces se sintió solo. Era ya demasiado extraño que estuviera pensando en todo esto cuando volteó hacia abajo y vio sus manos. Tomó el mundo y miró intermitentemente a los hombres y a su cuerpo. Se observó reflejado en los anillos de Saturno y vio cuán parecidos eran. “A imagen y semejanza”. Cuando creó a los hombres ese era su plan, pero ahora parecía ser la respuesta a su incógnita. Tocó su vientre preguntándose cómo funcionaba su organismo perfecto, si sería parecido a los humanos. Tomó entonces un asteroide afilado y lo deslizó contra su piel lenta pero firmemente. Sangre divina empezó a correr de la herida y voló ligera a través del vacío. Partícula a partícula el universo se tiñó de rojo.
Juan miraba la televisión cuando interrumpieron para pasar un hecho inexplicable. Se asomó a su ventana y vio que era real, las nubes eran rojas y contagiaban el cielo a su paso. Y al igual que él, todos dejaron de hacer lo que estaban haciendo para mirar el mundo pintarse. Juan se tocó el crucifijo que llevaba colgado del cuello y empezó a rezar el Padre Nuestro. Siempre había sido católico, pero nunca había estado seguro. Pero ahora había visto a su Dios. Un dolor de estómago lo hizo estremecerse. Pensó que eran los nervios de estar presenciando un acontecimiento universal, pero al voltear hacia su vientre vio en él la herida que pintaba los cielos.
jueves, 12 de mayo de 2011
Capriccio 24
Estaba escrito que dentro de muchos años, cuando supieras algo sobre la vida y yo ya no quisiera saber nada de ella, tú y yo nos conoceríamos en un accidente de tráfico. Yo iba, como siempre, distraída. Pensaba en los trabajos que debía entregar al día siguiente, en los problemas de finanzas, en la cita a la que iba tarde. Iba tarareando una canción, cambiando el disco, mirando hacia todas partes, en fin, no iba viendo la calle. Tú, en cambio, ibas tranquilo, pero muy cansado. Recibiste ese día las llamadas rutinarias de la gente que espera que les resuelvas la vida. Escuchabas música clásica, pero al final la cambiaste por esas canciones tan melosas que te encantan y que escuchas en soledad. Entonces tu carro blanco impecable, oliendo a desodorante de pino, se estampó contra mi coche rojo escandaloso cuya cajuela estaba llena de obras de arte, libros, ropa y artículos excéntricos. Nos bajamos tratando de controlar el enojo, llamamos a los aseguradores, nos hablamos con cordial antipatía, esperamos una hora la llegada de los técnicos, nos desesperamos, nos tranquilizamos, intercambiamos teléfonos y miradas. Una semana después ahí estabas, preguntando que cuánto me cuesta un diseño, es para mi escuela, tú sabes, como me dijiste que trabajabas de artista pues vine a ver cuánto me cobrabas. De ahí nos agarramos, ahora que vine a ver que cómo está tu escuela, porque mi sobrino quiere inscribirse aquí y pues como supe que eras el director, sí mi sobrino, porque yo hijos no tengo, no pues sí, está muy bien, yo le digo que venga a hacer el examen y un gusto en saludarte. Luego pasó a ser más como que te invito un café, y yo que cómo crees, y tú que sí total somos amigos, bueno, un besito de despedida, que empieza por ser al aire, pasa por la mejilla y termina en los labios por error, una de esas noches de platicar del clima, mira nada más, y que si no quieres pasar, y ya nos sabemos el final.
Tú y yo íbamos a negar que era serio, nos juraríamos que era pasajero. Tú y yo empezaríamos por el es que no, mi vida, esto no puede ser, ya estamos grandecitos para estas cosas, y que mira nuestros mundos tan diferentes, tú en tus ondas esas de arte y a mí solo me importan mis muchachos, esto no pinta para bien, pero no, tampoco te me vayas, sí bésame, pero poquito. Así empezaríamos para terminar en el te quiero para siempre que se dicen las parejas cuando están medio modorras, parejas como nosotros, miedosas del “te amo“, diciendo que cuando quieras irte ahí está la puerta, pero sabiendo por dentro que no te vas, que te quedas y de paso me abrazas por aquello del frío. Tú y yo que creímos que nunca dejaríamos descendencia tendríamos una niña, chiquita, bonita y frágil, tímida y soñadora, que un día crecería y nos dejaría impactados con esa carrera rara que quiso y que nos haría sentirnos viejos cuando terminara la universidad.
Todo, todo eso íbamos a ser tú y yo.
Pero no. En vez de que en ese destino paralelo nos riéramos juntos de todas las veces que pasamos el uno al lado del otro y nunca supimos quienes éramos, en vez de que platicáramos acerca de una vez que tropecé con alguien igualita a ti en el centro cuando era joven, ¡No me digas, si sí era yo!, en vez de eso, en vez de eso lo arruinamos todo.
Aquel día cuando tropezaste conmigo en el centro y que pudimos ignorarnos, te pregunté tu nombre en el último segundo. Hasta ahora me doy cuenta de que no estábamos preparados para conocernos, pero que ya lo hicimos, que ya no tiene caso que choquemos en un crucero a la hora pico, que no vas a invitarme un café y que el día en que mi sobrino quiera una buena escuela y yo lo lleve a conocer la tuya, no habrá más que una sonrisa ligera de viejos conocidos.