Estaba sentada, sola, simplemente esperando a que llegara. Ya no había nadie más en la escuela, sólo yo y el tic tac del reloj. El viento pasaba y se llevaba las hojas, mientras yo fingía ser sólo una niña inocente abandonada a la salida de la escuela, pero en realidad estaba ahí esperándola. Ese día en la mañana, a la sombra de mi vida sin sentido, me desperté y supe que llegaría ese día. Desde hacía muchas noches que contemplaba el cielo y veía los puntos de luz moverse lentamente al mismo lugar, y fue ese día, 21 de octubre, que se juntaron.
Y mientras esperaba sola sentada en la escuela solitaria, con el viento levantando las hojas, incluso llegué a dudar que viniera. Pero apareció, su figura alta, esbelta y repugnante llegó hacia mí con paso seguro; tal vez la situación mereciera una sonrisa, había esperado este momento toda mi vida, pero no sabía lo que pasaría después y eso me causó un ligero vacío en el estómago.
-¿También te abandonaron en la escuela? – Pregunté fingiendo cierto aire casual, después de todo, podría no ser lo que yo pensaba y debía comenzar con tono amistoso- He visto que también acabas de entrar a la secundaria, ¿Qué te ha parecido todo?
-Te he visto mirar al cielo toda la mañana- Respondió ella, serena, haciendo caso omiso de mi intento de hacer amistad- Sabías que hoy era el día, sabías que yo vendría, pero no pensé que tuvieras la capacidad necesaria para comprender lo que eso significa.
Fue entonces que lo dijo. Dijo lo que yo había esperado que alguien me dijera desde el día en que me di cuenta que no era lo que aparentaba ser. Y fue cuando todo cambió, fue ese momento en que llegó el coche de mi madre a recogerme, que yo pude haber hecho cualquier cosa. Pude olvidarlo todo y vivir plenamente, dejarlo para siempre, ser la persona que tal vez siempre quise ser… pero decidí seguirla.
E independientemente de todo lo que hizo, de las horribles hazañas para las que fui utilizada, de la traición, lo peor fue habérmelo dicho.
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