Desperté una mañana esperando encontrarte a mi lado. Recordando tu sonrisa, tu mirada como una flecha de hielo que erizaba mi piel y me hacía sentir protegida, al mismo tiempo que pequeña y delicada. Pero luego recordé que era ese mi sueño que el sol naciente se había llevado consigo al salir por el horizonte, aquel sueño, regalo de la noche que no se conforma con brindarme sus estrellas para recordar el brillo de tus ojos, sino que trae a mi mente las más hermosas imágenes de lo que no sucederá. Otro día preguntándome quién tendría el gusto de despertar y ver a su lado lo que yo deseo, quien se habrá guardado tanto para ti como yo lo hice. Y pensar de aquel día en que dudé, de aquel día que entre mis brazos pensé tener a uno más, fácilmente reemplazable por alguien que poseyera más habilidad en la palabra y conocimientos del romance. Y pensar de aquél día en que lo creí todo terminado, en que entre sus brazos intenté olvidar tus labios, que sentí en su impulso la respuesta a tu falta de interés. Pensar que sólo sirvió para darme cuenta de que no había en el mundo otra alma que lograra tenerme tan hipnotizada, al punto de que no existiera nada más en mi universo, y tener alas para volar a verte, los kilómetros que fuesen, decirle al cielo que te amo, hundirme en tus brazos y no salir jamás de ahí.
Pero ahora, sé que tú estás ahí, brillando, dando luz a tus costados, tal vez incógnito, no reconocido, tal vez no hayas encontrado a alguien que vea todo lo que yo puedo ver. Tal vez estás con una persona mejor, más lista, más bonita, con los ojos inocentes llenos de esperanza, sentada cada noche en el sofá, esperando verte y lanzar sus brazos a tu cuello. El caso es que yo sigo aquí, arreglándome a diario por si la casualidad te cruzara de nuevo en mi camino, rechazando cumplidos, evadiendo miradas, pero sin lograr llegar para decirte que no te he logrado olvidar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario