lunes, 7 de septiembre de 2009

A mi gato

Te hallo en la penunmbra, al asecho, silenciosa; sin efectuar el más mínimo susurro, calculando cada uno de tus movimientos.Me acerco con cautela minuciosa, haciendo reverencia en señal de respeto; cuidando no provocar la huída ni el ataque.Observo la hermosura arrogante que se postra ente mis ojos. La erguida postura, el porte de naturaleza; tu figura inexorable de soberbio carácter, incapaz de ceder o claudicar.La blancura de tu pelaje asemeja a la realeza, que rumbo a la cola se torna en tinieblas. Nada más deivo de tu dualidad. Considérote más bien lunisolar.Sin embargo, son los dos zafiros que forman tus ojos, los que generan la gran intriga de mi alma. A veces sublimes, inspiran la inocencia de un ser sufragáneo a mi persona, enblandeciendo así un semblante de castigo. Pero otras veces son esos mismos ojos los que expresan una inteligencia más allá del simple entendimiento terrenal; una profundidad indemne pese al terrible sofoco de la vulnerabilidad humana.Esa mirada digna de alguien omniscente, vigilando mis pasos, casi con instinto asesino, esperando atacar al mínimo signo de amenaza.Sí, gata desconfiada, paranoica ante el mundo. Observas, conoces, no confías. Te guías siempre por el instinto, con mente tutsiorista que te arrastra irónicamente al aislamiento.Simplemente gustamos de la soledad. Somos diferentes, el par de canicas azules en el mar de rojas. Cualquier contacto simple con el mundo superfluo pudiera traer inefables consecuencias por la ciega confianza que en él una vez depositamos. Sí, se deba tal vez a eso nuestra mutua complicidad; que a este punto podríamos llamar amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario