lunes, 7 de septiembre de 2009

La bruja de Smallow

Mi historia comienza hace muchos años, cuando era joven. Sí que fue hace mucho tiempo. No sé porqué escogí esta noche para contarla, después de tantos años. Mi padre murió cuando cumplí nueve años, un día cuando trabajaba en la mina hubo un derrumbe, todos los que allí se encontraban tuvieron el mismo destino. Mi madre y yo nos mudamos a Smallow, una pequeña villa no muy lejos de aquí. Nunca olvidaré ese lugar, sobretodo por lo que sucedió una triste tarde de octubre.
Mi madre decidió inscribirme al colegio de Santo Tomás, las clases ya habían comenzado y la idea de ir a una escuela totalmente diferente me causaba escalofríos. Me dejó en la puerta muy temprano en la mañana, una de las monjas cuyo nombre no recuerdo me llevó de la mano hasta el salón de 4º “A”, salón en el que debería cursar mi cuarto año de primaria. Me senté en la última butaca de la última fila, saqué mi cuaderno y mi lápiz y esperé las instrucciones. Observé a mí alrededor, alrededor de unos 45 niños y niñas corrían de un lado para otro, saltando sobre las bancas y haciendo desorden. Sin embargo, la niña que estaba sentada al lado de mí parecía un poco antisociable, no jugaba, ni hablaba y sólo miraba a los demás niños con indiferencia. La monja entró en el salón. Todos inmediatamente se callaron, de pie, todos formaditos y derechitos repitieron a coro “Buenos días, Sor Ofelia”.
-Siéntense- dijo la sor e inmediatamente todos los niños se sentaron. Lentamente fue caminando hacia mí – Vaya, vaya- dijo- parece que tenemos un nuevo integrante en la clase. ¿Podrías levantarte y decir tu nombre, tu edad y de qué escuela vienes?
Me levanté, todos los niños me miraban, estaba un poco nervioso. –Jesús Olivares Tejedo, para servirle. Tengo nueve años y vengo del instituto de San Pablo en Marshtown- la monja me dio la bienvenida y me dijo que me sentara. La niña que estaba al lado seguía llamando mi atención, algo tenía que era extraña, algo tenía ella que no lo tenían las demás.
Por fin llegó la hora del recreo, todos salieron corriendo, como si no hubieran visto la luz en mucho tiempo. Tenía ganas de preguntarle a la niña su nombre, de conocerla, tal vez de comprenderla. La intriga que me causaba era insoportable. Iba a acercarme a ella cuando un grupo de chicos se me acercó para juntarse conmigo durante el recreo. Comenzaron a platicarme de la escuela y de ellos, volteé al lado y la niña ya se había ido. Prácticamente me fue muy bien mi primer día, me acoplé demasiado rápido y los amigos que tenía, las ocurrencias que tenían… bueno, mi historia no trata de eso.
Pasaron semanas y aún no tenía la oportunidad de saber algo sobre ella. Solamente por el hecho de estar en el mismo salón supe que se llamaba Jacqueline.
Y así pasé todo cuarto, con ganas de conocerla y sin poder acercarme a ella. Aparte reconozco que tenía miedo de lo que dijeran los demás.
Un día estaba en el recreo con mis amigos, había llovido mucho esa temporada. Había infinidad de sapos en el charco que estaba cerca de la cancha de fútbol. Era divertido, los perseguíamos, los atrapábamos y los metíamos en un frasco. Cuando terminó el recreo dejamos ir a los sapos, pero mis amigos insistieron en que hiciéramos algo “productivo” con el último sapo. Empezaron a planear una broma, lo meterían en el estuche de una niña, pero aún no sabían de quién. Decidieron ponerlo en el estuche de Jacqueline, era mi oportunidad de averiguar algo sobre ella, les pregunté porqué era tan callada. Ellos sabían lo mismo que yo, era tan extraña que no hablaba con nadie. Sólo me dijeron que les causaba cierto pavor, que a veces la oían hablar sola o que siempre sucedía algo extraño cuando se enojaba.
Me pareció aún más extraño que al ver que Jacqueline abría su estuche, vio el sapo y en vez de gritar lo tomo en sus manos y lo dejó ir. Definitivamente no era igual a las otras chicas.
No me atrevía a hablarle, por más que quisiera siempre me causaba cierto escalofrío, no se si era por temor a ella o mas bien, a su rechazo.
La primera vez que me acerqué fue una mañana de diciembre cuando estábamos en 6º de primaria. Usé de pretexto el hecho de que ya se acercaba la navidad, le pregunté que hacían su familia y ella en navidad, creo que esperaba que me diera una respuesta común, pero ella sólo sonrío y me dijo – Yo no tengo familia- Fue una respuesta que yo no esperaba. Comenzamos a platicar y me di cuenta de que no tenía una vida fácil. Su madre murió cuando ella nació y su padre no quiso hacerse cargo de ella, así que vivía con una familia que decidió adoptarla, pero no la trataban como hija, sino como criada.
Desde ese día nos hicimos amigos, no había día en que no me sorprendiera. Jamás me aburrí estando a su lado, siempre tenía algo interesante que decir, aunque a veces era demasiado extraño para mi corta comprensión. Debo confesar que dentro de mí empezó a crecer otro sentimiento distinto a la amistad, aunque siempre temí que ella no pensara lo mismo y se perdiera la amistad. Es sólo que era tan linda, tan diferente, no era el tipo de chica que te encontrabas a montón todos los días.
Seguí siendo su amigo, pero aún así empecé anotar que los demás tenían razón. Era muy extraña, siempre había coincidencias poco comunes. Si ella tenía frío salía el sol, si se entristecía comenzaba a llover, si se enojaba debías cuidarte de la tormenta. Comencé a sospechar que había algo además de un clima loco, traté de preguntarle pero siempre cambiaba de tema, lo evadía y a veces hasta se enojaba. Pero en vez de hacerme desistir, provocó más curiosidad.
Un día que mi madre me mandó a la verdulería por medio kilogramo de cebolla, me desvié por unas carretas que se habían volcado a mitad de la calle principal, en la cual había un alboroto, así que decidí irme por las calles de atrás, a pesar de que jamás me gustaron por su soledad. Cuando iba de regreso oí la voz de Jacqueline proveniente de un callejón, parecía estar platicando con alguien. Decidí ir a ver, me escondí detrás de unas cajas vacías que se hallaban apiladas y observé. No era otro amigo con quién hablaba sino con un gato. El gato era negro de pies a cabeza y tenía unos ojos amarillos penetrantes y diabólicos. Jacqueline platicaba con él como si fuera un ser humano y el gato parecía responderle con la mirada. Ella le preguntaba acerca de el fenómeno de la levitación y tomaba nota como si realmente el gato estuviera respondiendo a su pregunta. A continuación, ella miró una caja vacía y la observó detenidamente. De repente empezó a concentrarse más y más hasta que la caja comenzó a levantarse, yo no podía estar más asustado, miraba aquella caja sostenerse en el aire sin ningún apoyo. De pronto el gato volteó hacia donde yo estaba y gruñó de una manera espantosa. Jacqueline volteó y la caja cayó con un fuerte estruendo y después de ella cayeron las cajas que yo tiré cuando las tumbé al salir corriendo. Nunca tuve tanto miedo como esa vez, excepto quizá aquella triste tarde de octubre…
Al día siguiente no quería siquiera mirarla, me daba miedo, así como antes me había parecido hermosa ahora era repugnante. No sabía que debía hacer, si acusarla de brujería con las monjas o callar. Ese hecho me estuvo dando vueltas por la cabeza todo el día, recordaba como platicaba con el gato, como hizo que la caja se elevara, ¿y si el demonio la tenía poseída? Entonces debía ayudarla, antes de que el demonio acabara con su alma. Tomé un poco de agua bendita de la capilla a la salida y corrí a alcanzarla antes de que se fuera.
-¡Aléjate de ella demonio!- dije derramando el agua bendita sobre ella- ¡Aléjate, aléjate!- dije con desesperación.
-¡Tranquilo!- dijo ella apartándome- ¿de qué me hablas? ¿Cuál demonio?
- ¡El demonio te tiene poseída! ¡Libérate! ¿O es que lo sirves voluntariamente?
Realmente estaba histérico, bueno, creo que cualquiera lo estaría. Jacqueline trató de tranquilizarme, y cuando lo logró nos sentamos en una banca. Me hizo jurar que nunca revelaría su secreto, yo juré nunca revelarlo, al menos hasta este día, el día que fuera absolutamente necesario. Jacqueline era una bruja, la bruja de Smallow y el gato era en realidad su madre que venía desde el inframundo en forma de felino para instruirla. Todo eso ya era demasiado extraño para mi, cuando de repente me dijo que sor Ofelia moriría esa tarde le daría un infarto mientras estuviera en la ducha y moriría. Esa predicción me estuvo atormentando toda la noche, sin dejarme dormir. Al día siguiente estaba con un fuerte dolor de estómago sentado en mi butaca, sólo miraba hacia la puerta esperando ver a sor Ofelia entrar con esa sonrisa y esas ganas de enseñar que siempre tenía. De repente vi girar la perilla, me levanté con ansias y… una monja entró en lugar de sor Ofelia. Nos indicó que nos sentáramos, con la voz entrecortada nos dijo que debíamos asistir a una misa que se haría en honor a sor Ofelia. Se sentó en el escritorio, respiró profundamente y con muchas pausas nos explicó que ella sería nuestra nueva maestra debido a que sor Ofelia había fallecido la tarde anterior de un paro cardiaco. Los escalofríos invadieron mi cuerpo, las lágrimas corrieron por mis mejillas, no sólo por la pérdida sino por el temor. Jacqueline, sin embargo, no mostraba la más mínima expresión de dolor y parecía incluso que sonreía. Seguí siendo su amigo no por que así lo quisiera sino por miedo a que me lanzara un maleficio. Unas pocas semanas después una niña se burló de ella, la insultó enfrente de toda la clase. Al día siguiente murió atropellada. Ese año murieron 5 personas, de las cuales, 4 habían hecho enojar a Jacqueline un día antes de su muerte. Decidí alejarme de ella por lo sano, no quería problemas, no quería despertar un día atropellado y con una hoz encajada en el estómago. Ella volvió a quedarse sola y yo volví con mis amigos. Todos comenzaron a notar que extrañamente las personas que la hacían enojar morían un día después. Notaron también que hablaba con los gatos, con el viento, con las pequeñas arañas que aparecían en el salón. Nadie sabía lo que ella era, pero aún así lo sospechaban. Una parte de mi seguía enamorado de ella, se negaba a creer que lo hiciera a propósito, otra parte tenía miedo, siempre fue más grande el miedo. ¿No fue por eso la caza de brujas en la edad media? ¿Por miedo? En realidad el miedo es uno de los sentimientos más fuertes que existen.
Dejé pasar el tiempo fingiendo que no sucedía nada, tratando de olvidar aquel embrollo, pero las demás personas iban sospechando más y más y Jacqueline se iba ganando enemigos. En la escuela rondaban rumores de que el mismísimo demonio se hallaba en Smallow y que era necesario eliminar a su servidora. Toda la gente estaba enardecida, puesto que últimamente Jacqueline acostumbraba llorar cada vez que veía a alguien y ese infortunado corría el mismo destino que todos hemos de correr en algún momento. Los aldeanos exigían darle muerte, pero la iglesia se oponía. No creían que una muchachita de secundaria fuera capaz de crear tales desgracias y mucho menos de involucrarse con el maligno.
Con el tiempo las cosas fueron empeorando, la misma iglesia se iba convenciendo de que los rumores eran reales. Ya habían varias personas que afirmaban haberla visto hablando con gatos, había hasta los que decían que raptaba niños pequeños y los cocinaba en un caldero para luego comerlos. Desde luego habían muchas afirmaciones de haberla visto conversando con el demonio.
En ese tiempo yo creía todo lo que se decía y más por haber sido testigo y por que ella misma me afirmó que era una bruja. El lío se hizo tan grande que estaban por cerrar la escuela si no se hacía algo al respecto, ya no había escapatoria, ya no había nadie que defendiera a la famosa bruja de Smallow, incluso su “familia” la había corrido de su casa y se pagaba una recompensa a quien la entregara a la iglesia. Yo ya casi no sabía nada de ella, hacía semanas que no se presentaba a la escuela por obvias razones y a pesar de que algunos decían que había escapado creía sentirla cerca.
Fue una tarde de 20 de octubre, ya se había decidido cerrar la escuela por miedo a que el demonio tomara de su posesión a algún alumno. Vi como clavaban tablas en la puerta de entrada, ya todos los niños llevaban sus libros y demás pertenencias, bueno, los niños que quedaban porque muchas familias decidieron mudarse. Yo me dirigía a mi casa cuando recordé que había dejado la pluma de mi padre en el salón. Si hubiera sido cualquier otra cosa la habría dejado, pero era muy especial para mí. En cuanto se distrajo el guardia, me escabullí dentro de la escuela. Iba ya de regreso cuando oí a alguien llorar en las escaleras. Me asomé y Jacqueline estaba ahí, llorando desconsoladamente. Di media vuelta y empecé a correr pero ella me suplicó que no me fuera. Con mucho miedo me senté a su lado, la abracé y ella seguía llorando. La miré por última vez, a pesar de todo era muy bella, sus ojos eran profundos y brillantes y su cabello castaño caía por sobre sus cara de ángel, que antes estaba llena de vida y color y ahora era pálida.
-¿Realmente crees que sería capaz de hacer todo de lo que me han acusado?- Me preguntó mirándome a los ojos, con lágrimas en ellos.
-Las pruebas te delatan- dije con una voz monótona y vacía, llena de frialdad. – ¿O acaso tienes una explicación?- pregunté aún siendo frío y seco.
“¿Crees que es divertido saber cuando alguien va a morir?- me dijo histérica, casi gritando- O mejor aún, ¿Crees que es divertido que te echen la culpa? Yo no escogí ser lo que soy, y no es nada divertido, es una presión, es lo que acabó con mi vida. ¿Sabes por qué Luisa se burló de mí? Porque yo intentaba decirle que no cruzara la calle sin fijarse al día siguiente, pero como siempre no me escuchó, porque nadie me escucha. Solamente empezó a decirme de cosas y a burlarse de mi por ser “extraña”, cuando al día siguiente cruzó la calle y fue atropellada todos comenzaron a decir que yo le había hecho eso por burlarse. ¿O crees que no me dolió la muerte de sor Ofelia? ¡Claro que lo hizo! Sólo hacía un esfuerzo por contener las lágrimas, porque ya he llorado demasiado, ¿Sabes? ¿No recuerdas como fue la muerte de Fernando? Un día anterior yo intentaba decirle que no jugara con la hoz de su papá, pero una vez más tampoco me escuchó, antes de que siquiera dijera algo comenzó a gritarme bruja y que me alejara, pero al día siguiente dijeron que yo lo había embrujado por haberme dicho así. Tampoco es nada agradable todo lo que dicen de mí, que hago pactos con el diablo, que me como a los niños ¡Por Dios! ¡No soy un ogro! Y todas esas personas que lo afirman no pueden haberme visto porque nunca sucedió. De un simple rumor se puede armar todo este lío, a eso debemos tenerle miedo, a los chismes y rumores, no a las brujas ni demonios. Ya no importa lo que pase con mi vida, importa lo que pasará con ustedes, importa que muchas cosas pudieron ser evitadas si tan solo supieran escuchar, si no cerraran su mente a lo que están acostumbrados. Puedes irte si quieres, yo se que no me crees.”

Realmente no sabía que decir, ella comenzó a llorar de nuevo y me di cuenta que tenía razón, que tal vez si hubiéramos escuchado en vez de formar prejuicios… La abracé con fuerza y le dije que le creía. Ella me miró y me dijo que tenía otra cosa que decirme.
Respiró profundamente de manera lenta y pausada. Me miró a los ojos y respirando de nuevo dijo: -Voy… voy a morir mañana.
Me quedé congelado, no sabía que decirle. Me dijo que en tan solo unos minutos llegarían aldeanos y nos encontrarían, se la llevarían y la matarían al día siguiente. Le propuse que nos fuéramos, pero ella insistió en quedarse, porque no debía cambiar el destino. Me aconsejó que me fuera de Smallow y continuara mi vida, pero antes debía rebelarme un último secreto, tal vez el más grande y peligroso. Esperé a que me lo dijera y me quedé pasmado cuando lo escuché. Tan pasmado que olvidé por completo que los aldeanos llegarían y se la llevarían, que si planeaba confesarle que siempre estuve enamorado de ella era en ese momento o nunca. Ojalá algún día pueda perdonarme, porque nunca lo he hecho.
Si, esa triste tarde de octubre, 21 de octubre. No hubo en la historia día más gris. La gente se amontonaba con antorchas en la mano ver aquél tenebroso espectáculo. Cuál si fueran aldeanos ignorantes de la edad media, prejuiciosos y cerrados. No se que hacía yo allí, para qué me quedé a mirar, si no hice nada por detenerlo. Primero la obligaron a confesar, ella negó todo, pero a fuerza de azotes hicieron que aceptara cosas que nunca hizo, después la quemaron en la hoguera. Mientras veía su linda cara retorcerse de dolor murmuré para mi mismo “no olvides que siempre te quise”. ¿Pero de qué me sirve ahora si nunca se lo dije? Hice tal y como me dijo, esa misma noche me fui de Smallow para tratar de rehacer mi vida. No tengo idea de qué fue lo que pasó con esa aldea, me imagino que se dieron cuenta que las muertes no fueron culpa de Jackie, o quien sabe. Tal vez cargaron con el remordimiento toda su vida, puesto que decidieron callar. Nadie ya se acuerda de lo que pasó en Smallow. Sólo yo, y aún recuerdo perfectamente ese secreto que me ha mantenido preocupado, y eso que todo sucedió hace 80 años….
¿Qué dices pequeño? ¿Qué deseas saber cuál era ese secreto? Jackie me dijo que el fin del mundo vendría, una tarde como esta en exactamente 80 años, tal vez fue por eso que escogí este día para revelarlo. ¿Te imaginas? Ella predijo el fin de este corrupto planeta. Y pensar que todo comenzaría con una simple lluvia. Silencio, ¿no oyes, allá a lo lejos, que comienza a llover?

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