lunes, 7 de septiembre de 2009
I should have given you a reason to stay
Volteé y estaba sola en el metro. Eran las 4 de la mañana y el frío se colaba por las rendijas. Mi mochila parecía más pesada de lo que era, los huesos me dolían y mis dientes tiritaban. Iba vestida lo mejor que podía, combinando mi ropa como lo había visto en la revista mensual, aunque pareciera que no era yo la que estaba debajo de ese abrigo de lana y botas de gamuza. Me puse brillo en los labios una vez más, no sé si por ansiedad o por humectarlos. El metro siguió su curso, y aburrida de solo mirar los asientos vacíos saqué mi reproductor para escuchar la misma canción, nuestra canción. Al llegar a la estación siguiente empezó a subirse más gente. Era como si ya nos conociéramos, pues siempre a la misma hora subía la gente para ir al mismo lugar. Pronto todo quedó ocupado, a excepción del asiento a mi lado, que como rutinariamente, ya te estaba destinado. Sonreí al llegar a tu estación, miré la puerta pensando en tu sonrisa. Pero la gente entró y se acomodó, tú no apareciste, no te sentaste conmigo, sé que tomaste otro tren para no encontrarme. Entonces las palabras en la canción que seguía repitiéndose en mis oídos empezaron a cobrar sentido. Fue entonces que me sentí más sola en ese vagón lleno de gente que horas antes al ser la primera en subir. Pensé en las pláticas de días anteriores, en bajarnos al llegar a la estación de la calle 3 y caminar de la mano hasta la escuela. Recordé el dulce sabor de tus labios en el frío de la mañana, tus brazos alrededor de mi intentando darme un poco de calor. Ahora estaba pensando en mis razones para que te quedaras, en tus razones para marcharte. Una lágrima recorrió como agua hirviente mi piel helada y el tren se detuvo en la estación de la calle 3. La mayoría de la gente se bajó ahí, y sentí envidia al ver un par de muchachos caminar de la mano en dirección hacia la escuela. Esperé a que se bajara la gente, me levanté de mi asiento y tomé mi mochila. Pero al ver la canción en mi reproductor, me senté de nuevo y cambié a la siguiente canción. Al ver por la ventana letreros desconocidos y una hora después llegar a la última estación, me di cuenta de que la libertad había venido en contra de mi voluntad, sin que yo se lo pidiera. Pero a fin de cuentas era la libertad.
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